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Buena suerte, mala suerte, no lo sé...

En una antigua aldea en las fronteras de China vivía un anciano que poseía un caballo. Un día de tormenta, un rayo rompió la entrada del corral y el animal escapó.


Los vecinos, al enterarse, fueron a verle apenados por la pérdida de tan fiel animal diciéndole “qué mala suerte ha tenido vecino: de no haber estado esta tormenta , el caballo no se hubiera perdido”. El anciano les respondió: “buena suerte, mala suerte, no lo sé…”


Pasaron algunos días, tal vez cuatro o cinco, y el animal volvió a su corral acompañado de por tres caballos salvajes. Al saber la noticia, los vecinos concurrieron nuevamente diciendo: “vecino, qué buena suerte ha tenido que su caballo se escapara pues ahora tiene cuatro animales”. El anciano les respondió: “buena suerte, mala suerte, no lo sé…”


Unas semanas después, intentando domar a uno de los caballos, su único hijo varón cayó bruscamente quebrándose una pierna lo que requirió que lo entablillaran y guardara reposo por varios meses. La visita de los vecinos no se hizo esperar. Concurrieron enseguida diciendo “qué mala suerte ha tenido vecino: de no haber vuelto su caballo con estos animales salvajes, su hijo no hubiera sufrido este percance”. El anciano les respondió: “buena suerte, mala suerte, no lo sé…”


Unos meses después se desató la guerra en las fronteras de China y vinieron a llevarse a los jóvenes para pelear. Al único que no pudieron llevarse, resultó al hijo del anciano por estar tullido. Entonces vinieron nuevamente los vecinos diciendo “qué buena suerte ha tenido que su hijo tiene su pierna rota ya que podrá sobrevivir a diferencia de los nuestros que irán a una muerte segura. Y nuevamente el anciano les respondió: “buena suerte, mala suerte, no lo sé…”


¿Te observás a menudo llegando a conclusiones definitivas a partir de tus primeras lecturas de la situación?


Gestionar la incertidumbre requiere poner entre paréntesis estas conclusiones definitivas.

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